En el evangelio de hoy encontramos a Jesús que va a comer a casa de un fariseo. Se trata pues de una escena extraña en sí misma, que un fariseo haya invitado a Jesús y que Él haya aceptado la invitación, por la clara oposición que los fariseos tenían en contra de Jesucristo y las claras denuncias que Jesús hacía en contra de ellos; pero Jesús va a esa comida y se convierte en un claro ejemplo para nosotros.
Al parecer, la intención del fariseo no era del todo limpia, porque siguiendo las costumbres de su mente observa qué es lo que puede criticar de Cristo y por eso se da cuenta de algo, Jesús no sigue el rito, tan importante para los fariseos, de separar el contacto con los paganos y distinguir la casa de un judío. Esa era la razón por la que ellos se lavaban las manos. No se trataba de un tema de higiene, se trataba de un tema de pureza ritual: “yo me he contaminado de ese mundo pagano por eso marco una diferencia de ese mundo y mi casa judía”, dando a entender que la casa de un judío se encontraba realmente limpia. Y con esos gestos externos ellos se sentían realmente muy cómodos.
Por ello Jesús dice: “da limosna desde dentro”. ¿Qué quiere decir esto, qué es lo de dentro? Ese llamado a la interioridad es muy propio de Jesucristo, recordemos lo que en otra ocasión menciona: “de dentro es de donde sale el pecado, no es lo que viene de fuera lo hace impuro al hombre, sino lo que sale de dentro”. Ese dentro se refiere al corazón, a nuestras intenciones, a nuestras decisiones, a la distribución de nuestro tiempo.
El concejo de Cristo es claro, lo que nos sugiere es que comencemos a dar limosna de lo de dentro, es decir, lo que interesa a Dios es que, allá donde tomamos las decisiones, en ese corazón, allá tiene que reinar Dios. “Dar de lo de dentro” es tomar conciencia y decir: esta decisión Señor no quiero que sea mía sino tuya. Es en nuestro corazón donde resolvemos cómo vamos a distribuir nuestro tiempo, y dar desde dentro es ver cómo voy a dar de mi tiempo a los demás.
Hoy te damos gracias, Padre nuestro, por la paciencia que tienes con nosotros, tus hijos. Queremos aparentar ante los demás que somos buenos, pero descuidamos lo más esencial de tu ley: la rectitud y la limpieza intachable del corazón, la atención a los más débiles y humildes, la sinceridad y el amor a Ti y a nuestro prójimo. Conviértenos a Cristo, nuestra ley y nuestro mediador, para que no sustituyamos el amor por el ritualismo; porque amar es cumplir tu ley enteramente. Amén.