Jesús “pasó por la vida haciendo el bien” (Hch 10,38), nos dice san Pedro y lo atestiguaban sus seguidores. Pero, los fariseos, escribas y demás autoridades judías se creían con el monopolio de la virtud. Y pensaban que aquella fama se les podía venir abajo ante la vida, obras y milagros de Jesús. Solución: desprestigiarlo, hablar mal de él y, llegado el momento, acabar con él.
El milagro que acaba de hacer lo atribuyen a Belzebú. El siempre buen Jesús no se enfada, y hasta trata de hablar con ellos intentando que recapaciten, abran los ojos y, sobre todo, el corazón, y acepten la evidencia.
Otros le piden “un signo en el cielo”, cuando él se lo acaba de ofrecer. Y no sólo eso, seguro que estaban al tanto de los signos que había hecho antes. Pero, obcecados y ciegos de corazón, sólo se ven a sí mismos. Y eso que Jesús, según el Evangelio, “hablaba con autoridad” (Mc 6,1-3), hablaba y obraba con credibilidad, pero ésta sólo la percibían los sencillos y limpios de corazón. Esta es la táctica eterna de las personas “tóxicas”, desprestigiar, demonizar al adversario, para convertirlo en enemigo y más fácilmente destruirlo. Jesús luchó contra el mal y a favor del bien, pero siempre con la verdad por delante y con misericordia y compasión. Y, todo el que no usa sus formas y actitudes, “está contra mí”, llega a decir hoy, “porque el que conmigo no recoge, desparrama”.
Como seguidores de Jesús no podemos ser neutrales, por no decir pasivos o ausentes, respecto de la misión del Evangelio de Cristo en el mundo. Nuestra fe, si de verdad la tenemos y la vivimos, nos compromete. Este compromiso libre y no coaccionado, brota de la vocación cristiana a la fe y al seguimiento del Mesías. Como Él, somos servidores del reino de Dios y de su palabra; y no podemos servirnos de ellos. Si Jesús vino a servir y no a ser servido, con cuánta mayor razón nosotros debemos hacer lo mismo.
Sólo se comprende bien aquello que uno ama y vive personalmente. Para conocer a una persona a la perfección hay que vivir y compartir la existencia con ella. Eso mismo sucede con Cristo. Para conocerlo y amarlo, para estar de su parte incondicionalmente no tenemos otro camino y posibilidad que la familiaridad con Él mediante la oración y la escucha de su palabra. Ésta nos invita a una continua y siempre inacabada conversión; así iremos venciendo con Jesús el mal que anida dentro de nosotros e impera a nuestro alrededor. Porque Cristo es el más fuerte.