La barca donde viajan Jesús y sus apóstoles es zarandeada por las olas y los vientos contrarios a los que se enfrenta. Este evangelio que la liturgia nos presenta para nuestra reflexión el día de hoy ha sido un símbolo clásico de la vida de la Iglesia en medio de todas las adversidades por las que atraviesa.
Es claro que cuando este evangelio se redactó, la Iglesia primitiva atravesaba por momentos difíciles en el camino de la fe y el seguimiento de Jesús. Pero es más evidente que la experiencia de dificultad de aquellos momentos se queda sumamente corta si es que la comparamos con las que hoy se tienen después de una larga travesía de veinte siglos sin que las tormentas y contrariedades hayan sumergido la nave de la Iglesia. Ya tenemos la primera enseñanza sencilla pero llena de esperanza por parte de Jesús: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Está perícopa evangélica encuentra validez en todo tiempo, tanto en el camino comunitario como personal de los que creemos en Cristo. El mismo papa Francisco hacía uso de este evangelio, el inicio de la pandemia, para fortalecer la fe de los creyentes a través de la reflexión de dicho texto. Es, sin lugar a duda, una gran lección de fe ante las crisis, las dudas y los miedos.
Cuando la enfermedad, la desgracia, y los accidentes se presentan, inevitablemente se nos complica seguir creyendo en Dios y en los hombres. La desesperanza ante lo antes mencionado nos lleva a reflexionar en la necesidad de hablar con Dios en el silencio de nuestra oración para superar la tentación de abandonar el barco o, utilizando la imagen de este evangelio, sentir miedo ante el peligro de hundirnos. En medio de todas nuestras dudas y miedos Dios nos invita a confiar en Él.
Les comparto la siguiente oración para los momentos más difíciles de nuestra vida:
Señor, muchos son los temores y dudas que nos invaden: miedo a nosotros mismos, miedo a la gente, miedo a la vida, miedo de nuestro destino, miedo a decidirnos, miedo a equivocarnos. Entonces Tú nos dices: ¡Ánimo, soy yo, no teman! No permitas que cuando sentimos en la noche la fuerza del viento y el empuje de las olas, nos portemos como hombres de poca fe. Danos tu mano, Señor, para seguir la aventura de la fe y para avanzar más allá de las seguridades “razonables” sin más punto de apoyo que una absoluta confianza en Ti.