Seguimos celebrando el gran misterio Pascual. Quizás, por la rutina y el día a día, se nos ha ido enfriando ese espíritu alegre y festivo del anuncio de la resurrección. También el espíritu se va acomodando a sus “rutinas”, a sus “creencias”, a un modo de vivir nuestro de ser cristiano.
El anuncio de la Buena Noticia, en primer lugar, se hizo solamente a los judíos. Pero Dios se vale de acontecimientos para impulsar a los apóstoles a cumplir lo que Cristo quería, y Pedro proclamó en el concilio de Jerusalén: “determinó Dios que, por mi boca, oyesen los gentiles la palabra del Evangelio”.
Es precisamente lo que hoy reflexionamos por la palabra de Dios, a causa de la persecución en Jerusalén, los discípulos huyen a Antioquia de Siria, ciudad romana, tercera ciudad en importancia después de Roma y Alejandría. Allí comienzan instruyendo a los judíos, pero continúan con los helenistas (gentiles), logrando establecer una Iglesia numerosa que empieza a diferenciarse de los judíos, comenzando a llamarse cristianos.
Los apóstoles de Jerusalén van a Bernabé para ayudar en la proclamación de la Palabra. Pedro llama a Pablo que está en Tarso, a quien anteriormente había presentado a los apóstoles cuando, después de perseguidor, se convirtió en defensor y anunciador del Evangelio. Ahora lo llama para que le ayude en la propagación del mismo.
También nosotros, desde nuestra fe, hecha vida en el día a día y dóciles al Espíritu Santo, podemos ser evangelizadores en nuestra sociedad, que busca la felicidad en el tener, gozar y dominar; sin encontrarla, porque sólo Jesucristo es nuestra única y definitiva riqueza, quien da sentido y plenifica nuestra ansia de alegría y paz.
Escuchar al Espíritu Santo te pone en movimiento y por caminos insospechados, te utiliza como canal, para que una multitud se adhiera al Señor. Entonces podemos cantar con el salmista: “Alabad al Señor todas las naciones”. Así se expresa la maravillosa fecundidad de nuestra Madre la Iglesia. No temamos abrir caminos de luz a los “griegos” de hoy. Que la fuerza de la evangelización es imparable también, aquí y ahora.
Aprendamos a no tener miedo en la proclamación del Evangelio, a colaborar desinteresadamente, a dejarnos ayudar, así nuestra misión tendrá un efecto multiplicador como ocurrió en las primitivas comunidades cristianas.