El día de hoy, Dios nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la parábola del sembrador que salió a trabajar, una de las más conocidas del Evangelio. Hoy quiero invitarte a concentrarnos en el poder que tiene la semilla para producir fruto. Parece que el recurso que Jesús utiliza para dar a conocer el Reino de Dios quiere que nos demos cuenta de que lo poco que sale bien, sale tan bien, que suple, reemplaza, vence a todo lo que parecía que iba mal.
La parábola refleja el realismo de Cristo y el de los cristianos. Nos damos cuenta de que muchas cosas no salen como quisiéramos. Muchas veces la predicación, la evangelización, parecen como tiempo perdido. Nos damos cuenta de que nuestro mensaje debe entrar en competencia con muchos otros mensajes, especialmente cuando se trata de nuestros oyentes jóvenes.
También nos ayuda a recordar esa especie de desilusión que sentimos cuando aquellos que parecían tan entusiasmados ayer, hoy ni caso hacen de la palabra. Todo esto es el realismo de Cristo y del cristiano. Pero tenemos que ser realistas no sólo para lo malo, sino también para lo bueno.
La semilla que llevamos es buena, tiene poder, desafía al terreno y ahí donde muere, es decir, donde produce su fruto, da fruto del treinta por uno, del sesenta por uno o del ciento por uno. Es decir, el anuncio del Reino por Cristo (la semilla) reta al oyente (el terreno) a actuar productivamente frente a la adversidad. El mensaje es a la vez de realismo y de optimismo.
Se suele decir que el optimista es un iluso y que, en cambio, ser pesimista es ser realista. Pues el evangelio de hoy se presenta para contradecir esta opinión. El cristiano es realista y a la vez es optimista. Ve las cosas como son, pero sobre todo tiene certeza de lo que llegarán a ser con el poder del amor de Dios.
Jesús podía haber desplegado todo el poder de Dios para un éxito fulminante del Reino, tal como se imaginaban los judíos. Pero prefirió la lenta aventura de una humilde semilla sin triunfalismo avasallador. Con lo cual señaló el camino de la Iglesia, a nosotros: el desprendimiento y la pobreza, servicialidad y conversión continua.
Gracias, Padre, por Cristo. Él fue el primer grano de trigo que, muriendo, dio espléndida cosecha de resurrección para todos. Su optimismo nos contagia y estimula a dar fruto. Haz de nosotros, Señor, tierra buena, para que prenda y germine la semilla del Reino. Así, nuestra vida, escondida en Cristo como el grano en el surco, culminará en cosecha de eternidad. Amén.