Jesús es misericordioso y compasivo, pero también es crítico e incisivo con quienes pervierten la religión y la convierten en una plataforma de poder, estatus y control. Jesús recrimina a las autoridades religiosas de su tiempo el haber convertido la Ley de Dios y sus mandamientos en un “sistema”, que, mediante hábiles artimañas legalistas, termina por beneficiar a unos pocos y perjudicar a muchos, promoviendo la imagen de un Dios “jurídico” y moralista.
Jesús no quiere con esto desacreditar la Ley de Dios, sino que busca devolverle su sentido pleno, su “corazón”, esto es: el amor. Dios no busca que cumplamos reglas o normas por el hecho mismo de cumplirlas, Dios quiere que le amemos, y amándolo, también amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Para ello necesitamos aprender a amar, y justamente esta es la función de la Ley, enseñarnos a amar.
Cuando la fe se vive de una manera legalista es muy pesada, cansa, se vuelve rutina. Pero cuando se vive desde el amor, da vida, paz, plenitud y sentido.
¿Cómo vivo mi fe? ¿Desde el “deber” o desde el amor?, porque “tengo que” (ir a misa, confesarme, etc.), o porque todo esto me vincula con Dios en el amor.