
Ana Zazil Velasco Velarde · Coordinadora de Tutorías en Bachillerato
Durante la historia humana, la fe ha demostrado ser un elemento importante, pues al reconocer que somos seres finitos hemos buscado respuestas en lo infinito y eterno, pero no únicamente como un componente cultural, sino como un recurso psicológico que nos ayuda en el sentido de vida y en una mejor manera para afrontar las adversidades. Creer en Dios nos puede brindar una orientación existencial que favorece el equilibrio emocional. Pero, hay que entender que no basta con ser bautizados y decirse católicos si no vivimos el Evangelio, pues sería tan ineficaz como ir a terapia y no aplicar lo trabajado en sesión, en ambos casos, siempre será necesario llevar a la vida diaria el aprendizaje para que tenga un impacto real en nuestra transformación.
Viktor Frankl, creador de la logoterapia, argumenta que las personas deben hallar el sentido de la vida para huir del vacío existencial, que comúnmente se expresa en ansiedad, depresión o desesperación. La fe nos permite encontrar una respuesta a esta necesidad de un objetivo a superar: vivir en el amor de Dios y manifestarlo en nuestros actos.
San Agustín lo expresó de una manera hermosa: Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti. Entendemos que la inquietud de la que hablaba es la misma que, en psicología, observamos en las personas, buscan respuestas a su angustia emocional y vacío interior. Cuando logramos descubrir un profundo significado en nuestra relación con Dios, nuestra resiliencia se fortalece, porque dejamos de sentir que luchamos solos, y confiamos en que nuestra vida tiene un propósito más grande.
La psicología nos dice que la introspección es una herramienta esencial para la autoconciencia y transformación personal. Y opino que cuando la oración se vive en profundidad, podemos lograr ese diálogo interior al encontrarnos con Dios, pero también nosotros mismos, y en ese espacio de reflexión, podemos reconocer debilidades, y buscar acciones para mejorar.
San Ignacio de Loyola, a través de su método de oración basado en el discernimiento, compartió que conversar con Dios implica también escuchar, analizar el interior y tomar decisiones conscientes. En la terapia psicológica ocurre algo similar: se reflexiona sobre los propios pensamientos y emociones, pero de nada sirve si no se lleva a la acción.
Desde la psicología, la resiliencia nos enseña que las crisis no son el final, sino oportunidades de crecimiento. Y en la resurrección podemos ver el mensaje más poderoso de resiliencia: después del dolor, hay vida nueva. La Pascua es la alegría de los católicos, celebramos la victoria de la vida sobre la muerte, creemos que la esperanza supera el desaliento, asumimos que nuestra vida no está marcada por el miedo, sino por la Confianza de que Dios nos acompaña.
Al igual que la terapia psicológica nos impulsa a convertir nuestro sufrimiento en aprendizaje, en la vida espiritual aprendemos que la fe nos facilita un renacimiento constante.
“No permitamos que las emociones intensas que se vive el Viernes Santo sean las que moldeen nuestras vidas, sino que acojamos la luz del Domingo de Resurrección con la seguridad de que, con Dios, todo puede ser renovado”.