
Pbro. Lic. Armando González Escoto ∙ Dirección de Publicaciones, Sistema UNIVA
Robert Francis Prevost Martínez, de ascendencia francesa y española, nacido en Chicago, nacionalizado peruano, es ni más ni menos la imagen de un hombre del siglo XXI nacido y criado en la aldea global, y, por ende, en la desde la experiencia de las familias migrantes, por origen, multiculturales. Es el segundo pontífice del presente siglo que proviene de una orden religiosa, la de los agustinos, el segundo del continente americano, y el primero nacido en Estados Unidos.
Nadie lo mencionó prácticamente en ningún medio, como posible sucesor del Papa Francisco, era pues un hombre bien conocido en el ámbito interior de la Iglesia, pero no en el espacio mediático.
Su ascenso al pontificado ocurre antes de cumplir dos años de haber sido nombrado cardenal, el 30 de septiembre del 2023, es pues una carrera meteórica para alguien que no da la impresión de haber andado buscando carrera alguna.
Formado en diversos países, pastor en diversos países, superior general de su orden, obispo de una diócesis que para la mayoría es desconocida, Chiclayo, en Perú, prefecto del Dicasterio para los obispos, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, y por lo mismo, conocedor, aunque por breve tiempo, de la Curia Romana.
Elige un nombre bastante emblemático, su anterior usuario fue nada menos que León XIII, el Papa que abrió la Iglesia a las cuestiones sociales, al mundo de los obreros, de la gran cuestión generada por el capitalismo salvaje del siglo XIX, y a la que se quiso responder con la famosa encíclica Rerum Novarum, lo cual nos da ya indicios de las líneas que pudiera seguir en su gobierno pastoral.
Pero también, un pontífice que retoma, en su primera aparición en público, la indumentaria que por siglos han usado los Papas en momentos solemnes, la muceta roja sobre la sotana blanca, ¿un gesto que envía una señal de conciliación con los sectores conservadores de la Iglesia?
Su mensaje ha sido escrito apenas minutos antes, lo delata la versión manual y hasta el hecho de que todavía tuviera una pluma en su mano. Un mensaje cuyos temas principales han sido la paz, la justicia, la fraternidad, y desde luego, asunto de lo más interesante, la necesidad de seguir tendiendo puentes con el mundo contemporáneo. La repetida evocación del Papa Francisco confirma ese pontificado y seguramente busca cerrar cualquier cuestionamiento que se pretenda hacer al respecto, como de hecho se pretendió en las reuniones previas al cónclave, a sugerencia del cardenal Müller.
Su apariencia evoca en más de algún aspecto al Papa Juan Pablo I, hombre delgado, amable, sencillo, pero pese a la fuerte emoción del momento, firme y seguro, con mirada serena, por completo ajena a la prepotencia o la soberbia de quienes se creen amos del mundo.
Era seguramente el perfil de pontífice que se esperaba, es decir, ni una réplica del anterior, ni un antagonista, sino un Papa de equilibrio que pueda reunificar a la comunidad católica sin renunciar a los grandes y legítimos avances que ha supuesto la acción del Papa Francisco, cuyo servicio recibió, en su funeral, la aprobación del mundo.
De esta manera inicia un nuevo periodo en la vida del catolicismo. Estos días serán para el nuevo pontífice los días de “ramos”, cuya alegría y gloria preceden siempre a la Semana Santa, sin la cual no hay domingo de Pascua, y es justamente la Pascua, es decir, la renovación, el renacimiento, la revitalización, lo que la Iglesia requiere en estos tiempos.
Armando González Escoto
armando.gon@univa.mx
Publicado en El Informador del domingo 11 de mayo de 2025.