
Pbro. Lic. Armando González Escoto ∙ Dirección de Publicaciones, Sistema UNIVA
En 1937, Giovanni Papini publicó una pequeña obra literaria titulada “Testigos de la Pasión”, una serie de relatos sobre personajes reales y ficticios que estuvieron presentes en el primer viacrucis, el de Jesús. De los personajes reales seleccionados se destacan dos en los que apenas si nos hemos puesto a pensar: Malco y el Cirineo.
A Malco, Pedro le cortó una oreja, que Jesús sanó. El Cirineo era un desconocido, ajeno a cuanto pasaba aquel día en Jerusalén, pero que fue obligado por un soldado a ayudar con la cruz. Qué fue de ellos, nadie lo sabe, pero Papini lo imagina, y lo mismo hace con los otros personajes.
Barrabás le debía la vida a Cristo, pero ignoramos si se lo agradeció, o si a partir de ahí cambio su existencia. De Judas sabemos cómo acabó, no así de Caifás o del procurador Poncio Pilato.
Había otro personaje, anónimo pero decisivo, el “pueblo”, esa multitud que los autores de los Evangelios llaman “turba”, agitada, manipulada, que se deja llevar sin saber por quién, y exige la muerte de alguien a quien muchos ni siquiera conocían. Pero otros sí, tal vez eran de los mismos que el domingo previo lo habían aclamado, llamándole rey de los judíos, y acaso llevados de la misma corriente que ahora los hacía exigir lo crucificaran, la corriente del que grita más fuerte, del que ofrece mayores beneficios, del que sabe fanatizar con temores, resentimientos o dádivas.
De ese personaje tan constante en la historia Papini no habló, pero lo hemos seguido viendo siglo tras siglo, porque el “pueblo”, entre comillas, es un fenómeno social, con frecuencia una justificación, como ya lo usaban los romanos en su famoso emblema “SPQR”, según el cual, todo cuanto hacía el imperio lo hacía en nombre del senado y del pueblo de Roma, aunque al pueblo solamente le interesara el “pan y el circo”, y a los senadores conservar sus personales privilegios y fortunas.
De esta suerte la historia nos enseña que bajo la denominación de “pueblo” puede ampararse lo mismo el sector más noble y sencillo de la sociedad, o el
más susceptible a los engaños y seducciones de los poderosos, o de sus mismos líderes “populares”.
“Tráete a los campesinos”, “convoca a los obreros”, “organiza a los estudiantes”, “alarma a los maestros”, “júntate a los tiangueros”, “sonsaca a las feministas”, o págales a los que ya francamente trabajan de manifestantes, señálales lo que deben gritar, lo que deben destruir o pintarrajear, “que se vea músculo social”, y así, tantísimas veces en el desarrollo de la humanidad, el pueblo convertido en turba ha sido protagonista de atrocidades sin fin, ni más ni menos la catapulta que debilita las voluntades, doblega los principios y hace que los individuos actúen de manera incongruente.
No obstante, en la Pasión de Cristo, hay otro “pueblo”, mucho menos numeroso, pero mejor consolidado, el que mantiene su fidelidad en medio de la gritería contraria, el que no teme ser visto junto al mesías en desgracia, los que permanecen de frente al pie de la cruz, o lloran públicamente por la injusticia en que se incurre, ni más ni menos la promesa hecha realidad de que se puede ser individuo en medio de la masa, y que el mismo pueblo puede convertirse en una sociedad crítica, que sabe pensar por su cuenta, y no se deja manipular por nadie, es ese el pueblo que vive hoy la Pascua, que ha pasado de la muerte a la vida.
Armando González Escoto
armando.gon@univa.mx
Publicado en El Informador del domingo 20 de abril de 2025.