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Mtra. Rosa María Melgoza Aviña · Coordinadora de Ciencias Económico-Administrativas, UNIVA La Piedad 

Cuando era joven, me gustaba mucho leer; desde los cuentos del vaquero que compraban mis tíos y que me devoraba escondida en el cuarto de uno de ellos, hasta las novelas prohibidas de Bianca y Jazmín que descubrí en la adolescencia y que me generaba una culpa tremenda el haberlas leído (otro tema para platicar). Con el paso del tiempo, los textos fueron cambiando: ya no eran novelas baratas (en el sentido económico), sino que podría pagar lo que me gustara leer, lo que llamara mi atención.  

También recuerdo que, en alguna ocasión, un amigo de la familia me preguntó: Gordis, ¿qué vas a hacer, a qué te quieres dedicar? Esta pregunta fue hecha cuando tenía yo entre catorce y diecisiete años (mis hermanas sabrán a quién me refiero cuando lean el apodo); cuando contesté que quería ser escritora, se burló de mí diciéndome: ¡Para ser escritora, debes leer muchísimo y no cualquiera lo logra! Oh desilusión… ¡Y yo que me creía la muy muy, con ese comentario me aplastó! Y no porque no pudiera y no siguiera leyendo, sino porque detecté en él la duda; lo interpreté así: ¿Cómo tú vas a ser escritora? No es nada fácil y no vas a poder… ¿Tú, escritora? ¡No va a pasar! 

Necesito aclarar que no soy escritora (aún, algún día lo lograré); que con el paso del tiempo le di la razón al amigo y sí requiere no solamente leer mucho, sino también reflexionar sobre lo que aprendes con la lectura para, posteriormente, poder expresar con coherencia esos pensamientos que revolotean en tu cabeza y después pretender que los puedes compartir con los demás. Pero, ¿a qué voy con todo esto?  

Me quedé reflexionando en los comentarios del amigo y lo que significaron en su momento: cómo afectaron a la adolescente que se animó a compartirle a alguien sus esperanzas y deseos, sus ilusiones… Él no lo sabe y tampoco se acuerda de esto; sin embargo, el momento se quedó en mí y aunque me sentí lastimada, me ha ayudado para tratar de entender a tanto joven que llega al plantel, a personas deseosas de trascender, a personas emocionadas ante lo nuevo en sus vidas: una carrera universitaria.  

¿Cuántos de esos jóvenes están convencidos de la elección de carrera que hicieron? ¿Cuántos lograrán sus propósitos? ¿Quiénes se sentirán satisfechos con su elección? ¿A cuántos de ellos veremos luego en puestos laborales que les den la satisfacción que esperaban sentir? ¿Quién decidió estudiar una carrera diferente porque en su proceso de toma de decisiones alguien le dijo que no iba a poder con esa que le gustaba? ¿Cuántos papás esperan que la elección de carrera se ajuste a lo que ellos no pudieron lograr? Y peor aún: ¿Cuántos papás les sugieren a sus hijos que estudien esa carrera que creen les dará más dinero que la otra que ellos anhelan, y truncar así sus ilusiones? 

Es cierto que los estudiantes están en una etapa muy complicada: deben decidir el rumbo que tomará su vida cuando se es demasiado joven y no se ha desarrollado totalmente la madurez. Es obvio que el muchacho necesita ayuda, pero no cualquiera la debe proporcionar. 

Este es un llamado para quienes tienen jóvenes estudiantes en su casa; por favor oriéntenlos, platiquen con ellos, pero no le digan jamás que no podrá con esos objetivos. No los desilusionen comentando que será muy difícil y nunca los asesoren pensando en ustedes mismos; al contrario, sugiéranles pensando en él o ella. Es una enorme responsabilidad ayudar en esa etapa y aunque seguramente se hace con todo el amor del mundo, yo sólo sugiero que además de que sea con el corazón, lo hagan también con la mente despejada.  

Es un hecho que con el paso del tiempo aprendemos, que las experiencias nos van fortaleciendo, pero la decisión que se debe tomar es hoy apenas a los dieciocho años de vida; para algunos, difícil, ¿verdad? Por eso es necesario contar con el apoyo de quienes tenemos alrededor para que la toma de decisiones se vuelva menos difícil, menos frustrante. ¡En fin! 

Felicidades a quienes pasaron de una etapa a otra sin mayor contratiempo. ¡Me habría gustado ser uno de ustedes! 

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