
Algunos decían que tenía pacto con la muerte, otros que era aprendiz en las oscuras artes caribeñas y los menos pero poco más instruidos, insistían en un notable manejo de la alquimia. El hombre, decían estos últimos, encontró el verdadero secreto de la antigua disciplina, que ha sabido moldear la materia a su capricho y ahora es inmortal.
Las personas de ciencia, por su parte, no daban crédito de los dichos fantasiosos del grueso poblacional, pero tampoco podían explicar con evidencia las habilidades de este hombre.
Abde Manríquez Dahdal, hijo del finado herrero Rutilio Manríquez y de la ahora deportada Maissa Dahdal, se encontraba detenido en los separos de la fiscalía regional por agresión a la autoridad federal.
Cómo hiciste para desamar a la guardia nacional -preguntaba desesperado el agente del ministerio público.
-Nada- respondió seriamente Abde.
-Cómo que nada hijo de tu…- replicó con furia el ministerial, en las cámaras se ve todo -así que habla o te vamos hacer hablar, tu sabrás cabr#”%$-.
-Si en las cámaras está todo por qué quiere mis dichos- volvió a decir el detenido con serenidad mientras miraba la puerta blanca del cuarto de interrogatorio.
-Estás tontito, eres retrasado o te estás haciendo wey- dijo irónicamente el interrogador -ya sé que le debes dinero al Tortugo y si no me dices la verdad su gente te va a llevar y esos no son tan blanditos como yo, esos son pasados de ve!&#a, igual y mañana amaneces ensabanado- terminó sonriendo-.
-No hice nada, se lo repito, las armas se revelaron ante la injusticia por la actitud de los guardias- contestó Adbe con cierta timidez -como puede ver en las cámaras yo no toque ni una sola pistola-.
-¿Me quieres ver la cara de p”$%jo?- preguntó ya muy alterado el agente del ministerio público -te voy a restregar las pruebas en el hocico y para que se te quite lo gallito te voy a meter unos choques eléctricos ahí abajo- sentenció.
El detenido simplemente se quedó callado.
-Rosita- gritó el ministerial -tráeme de favor las pruebas de rodizonato de esta pin”%$e lacra-.
Rosita una secretaria menuda, delgada con pinta de tener ahí toda su vida por su boca larga de tristeza, llevo unos resultados poco entendibles.
-Aquí está mira, mira, mira, deja de hacerte tarado, sales positivo en plomo, bario y antimonio, es claro que desarmaste, manipulaste y disparaste contra los guardias nacionales. Ahora yo te estoy dando chance de que declares a tu favor, porque si esto se lo doy al juez, ya mamaste, ya mamaste- comentó más alterado el hombre de la fiscalía.
-En las cámaras no se ve eso- dijo Abde sin perder el temple -esa prueba puede ser inventada, plantada, para mantener su cuota de detenidos, usted vio, yo no toqué ni un arma-.
-Ya me tienes hasta la madre cul”%#&ro, perdiste tu oportunidad- dijo con enfado el ministerial mientras sacaba un celular de su bolsillo.
-Qué onda we- hablaba el agente por su teléfono mientras el detenido miraba al techo -a quién crees que tengo acá, si uno de tus deudores, el lacrilla ese drogadicto que ya se te había escapado, no, no, no, el otro, el de la deportada, ándale, ese mero, ps sii anda de terco, se pasó de lanza con unos camaradas de la federación, llévatelo a ver si le sacas algo, puedes maltratarlo, pero que no se vea tanto, sí, ya tú sabes cómo, nomás mañana sin fata dame resultados, sale, ya estás- colgó el ministerial con un suspiro.
-Pues ya te cargó la ch&%$da- dijo el agente con indiferencia -y como no hay registro de tu entrada, ni de tu detención porque a esta hora nadie sirve para nada ps a ver qué te pasa, yo ya me voy a dormir, si hubieras cooperado, pero bueno, adiós-.
El ministerial salió del cuarto apagando todas las luces, Abde esposado en su silla se quedó solo, a oscuras, pensando en su madre, en que los mismos que la trajeron y se la llevaron, ahora se lo llevarían a él, en cómo había pasado su infancia, entre metales, comida condimentada y magia, tanta magia encerrada en libros, en códigos, en pergaminos los cuales descubrió, decodificó y fusionó con la herrería.
Qué lo inspiró a seguir ese camino, no encontró otra explicación que la mirada metálica de su madre, esa mirada melancólica, desarraigada y amorosa, esa mirada que se perdió en el polvo, en la brisa y en la distancia, esa mirada que ya no está.
La puerta azotándose lo puso alerta, pero un pesado golpe en la cabeza le quitó el conocimiento. Cuando Abde despertó se encontraba amarrado de pies y manos, acostado en una casa en obra negra, enterregado por el cemento sin mezclar, una mano gorda, pesada como de puerco lo hincó y le dio unas cachetadas para despabilarlo.
-Qué onda mi Árabe- habló una voz gruesa -ya tienes la feria-.
Adbe entre las sombras alcanzó a reconocer que era el Tortugo, el jefe de plaza que, además de traficar armas, traficaba personas y había sido quién entregó a su madre a los agentes de migración.
-Nunca me dijiste a dónde se la llevaron, no me diste la información completa- reclamó en voz baja -así no hay paga-.
-¿Qué dijiste pi“%$he perro?- dijo el Tortugo -no es mi pedo el que no sepas de qué parte es tu jefa, hice demasiado con decirte por donde salió-.
-No fue suficiente, además diste el pitazo cuando me prometiste no hacerlo por haberles enseñado el arte de la invisibilidad a ti y a tus ojetes- contestó con furia el Árabe.
-Cómo ven a este p”$%jo- gruñó burlándose con los dos guarros que lo acompañaban -no hay lealtad para ti mi Árabe, además estás aquí por los asuntos que me encargó el comandante, ahora resulta que matas guardias nacionales, sin tocarlos, ya vi los vídeos, ¿qué sabes que nosotros no?- terminó el Tortugo.
-Nada, no hay nada para un mantecoso, prieto y chaparro como tú- gritó Abde.
El Tortugo que era una persona con fuertes complejos corporales perdió la razón por la ira, golpeó, pateó y escupió al Árabe, cuando se cansó, sacó su pistola, la cargó y la colocó en la sien de Abde. Múltiples detonaciones de arma de fuego se escucharon esa madrugada.
Ya en la mañana uno de los vecinos de la zona, vio por redes sociales una nota perióstica que decía:
“SE ULTIMA JEFE DE PLAZA”
La mañana de este jueves fue encontrado el cuerpo sin vida de Augusto Cárdenas Solorzano mejor conocido como “El Tortugo” quién se presume era el jefe de plaza de esta localidad. El cadáver presentaba lesiones producidas por arma de fuego en la cabeza. Junto con el cuerpo de Solórzano se identificaron a otras dos personas sin vida Hernesto Murgía alias el “Cayaco” y Federico Herrera alias el “Guante”, quienes presuntamente eran sus escoltas.
Las líneas de investigación apuntan que debido a las características de las lesiones todo fue un suicidio múltiple pues estas tres personas, al igual que su organización se encontraban acorraladas por las autoridades estatales y federales.