
Estas palabras son fundamentales para comprender algo en lo que el autor insistirá a lo largo de la obra: “El absurdo no libera, ata. No autoriza todos los actos”. Mientras el espíritu nihilista rechaza la posibilidad misma de los valores, el razonamiento absurdo nos dice que son una necesidad; si lo queremos, realmente podemos crear un orden ético. Quizá en los valores que más insiste Camus, tras explicar el absurdo y el problema del suicidio, son el de la libertad, la rebeldía y la pasión, valores propios del espíritu absurdo. Ahí encontramos una sutileza característica de su pensamiento, ya que, al mismo tiempo que afirma la libertad y la rebelión, nos enseña los peligros que hay cuando convertimos cualquiera de ellas en un valor absoluto.
Antes de proseguir, es pertinente hablar aquí de la importancia de la evidencia para el autor, de la certeza irreductible que se vuelve innegable para una persona honesta. Camus enfatiza, acercándose a Descartes, la importancia de la evidencia para el espíritu absurdo, el cual ha abandonado la esperanza y a su principal promotor: la religión. No es exagerado escribir que Camus estaría de acuerdo con la frase que Cortázar alguna vez escribió en su novela Rayuela: “¿Esperanza? Ni en el absurdo”. Lo que sí resulta exagerado es decir que al darle tanta importancia, la evidencia se transforma en la iglesia del agnóstico.
La evidencia es sólo un punto de partida innegable al que se tiene que atener el espíritu absurdo; espíritu que es, al mismo tiempo y mediante el uso de la razón, consciente de los límites de esa evidencia. ¿Cuál es esa evidencia innegable para Camus? El absurdo.
“No puede haber absurdo fuera de un espíritu humano. Así, lo absurdo termina, como todas las cosas, con la muerte. Pero tampoco puede haber absurdo fuera de este mundo. Y con este criterio elemental juzgo que la noción de lo absurdo es esencial y puede figurar como la primera de mis verdades. Una sola certidumbre basta para quien busca. Se trata solamente de sacar de ella todas sus consecuencias”.
La aceptación del absurdo y la renuncia a la esperanza lleva, pues, a la consciencia más que a la libertad, y la consciencia nos lleva a reconocer que no estamos solos. Tan importante es esta premisa que Camus la formula con términos coherentes:
“A través del mero juego de la consciencia transformo en regla de vida lo que era invitación a la muerte. Y rechazo el suicidio”.
Quizá aquí parecerá que el autor invita a un quietismo dedicado a la contemplación del absurdo. Sería así si el mismo Camus no invitara, como acción, a mantenerse en ese punto tan complicado de la consciencia, evitando dar “saltos”. Aquí se entiende mejor que el absurdo no libera la consciencia sino que nos ata a ella.
“Así pues, si quiero mantener ese hecho, es mediante una consciencia perpetua siempre renovada, siempre tensa…”.
La libertad absurda. La libertad en Camus va a ir íntimamente ligada con la rebeldía. En medida que me resisto a “dar el salto” soy libre. Este acto de rebelión evita el quietismo y determina límites éticos comunes a la humanidad tan reacia a aceptar esos límites. Es una obstinación para sostener esa consciencia a la que me llevó la evidencia del absurdo, incluso contra mí mismo. Se trata, en un amplio sentido, de la tensión que da el aceptar voluntariamente la contradicción, la de no ceder ante la desesperación metafísica. Si ignoramos esa tensión, que da la piedra que estamos condenados a subir una y otra vez, descenderemos y ascenderemos trastabillando, y no felices, la montaña donde los opuestos se equilibran mutuamente.