
Francisco Ernesto Navarrete Báez · Docente investigador
Durante los últimos tres meses, desde la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos (EE. UU.), la geopolítica y el comercio global han experimentado un giro casi total. En especial el ámbito económico, marcado por múltiples amenazas de imposición de nuevos aranceles a prácticamente todos los países con los que EE. UU. mantiene relaciones comerciales —es decir, casi todo el mundo—, ha generado una incertidumbre a gran escala. La expectativa era clara: conocer cómo se posicionaría finalmente esta nación frente a sus históricos socios comerciales.
El pasado 2 de abril se hizo pública la postura oficial de EE. UU. en materia comercial (y también política), sustentada en la Ley de Poderes Económicos para Emergencias Internacionales de 1977. Se establecieron nuevos aranceles que afectan, en primera instancia, a la mayoría de los países. Los datos más destacados son: China con un 145 % (argumentando que este país aplica aranceles de hasta 67 % a productos estadounidenses), además de responder con aranceles propios a bienes de EE. UU.; la Unión Europea, 20 % frente a un 39 % aplicado a productos norteamericanos; Japón, 24 % versus 46 %; India, 26 % versus 52 %; mientras que Reino Unido, Brasil, Australia y Chile enfrentan aranceles del 10 %, en condiciones similares a los que imponen.
Canadá y México resultaron relativamente menos afectados, gracias al Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), renegociado por Trump en 2018 y que, en gran medida, se respetó. Para México, se mantienen aranceles del 0 % en exportaciones que cumplan con las reglas del T-MEC. Sin embargo, se impone un arancel del 25 % al acero y al aluminio, así como a los contenidos mexicanos (y canadienses) en automóviles que no cumplan con las reglas de origen norteamericanas.
Por otra parte, también se fijó un arancel del 25 % a exportaciones mexicanas fuera del marco del T-MEC, que incluye productos como el tequila y algunos electrodomésticos (como refrigeradores). Este arancel es proporcional si el producto contiene al menos un 20 % de componentes de origen estadounidense, y total si no los incluye. Esta última medida está condicionada al cumplimiento, por parte de México, de exigencias de EE. UU. en materia de combate al tráfico de fentanilo y control de la migración, con la posibilidad de reducirse al 12 %. Todos estos aranceles entrarán en vigor el 5 de abril a nivel mundial.
A finales del mismo mes, se anunció también la exención del 0 % de arancel para autopartes producidas en México que cumplan con el T-MEC, debido a la presión ejercida por las grandes automotrices estadounidenses.
Trump ha justificado estas acciones argumentando que EE. UU. ha sido engañado durante años en el comercio internacional, asegurando que las tarifas impuestas por el país son mucho más bajas que las que enfrentan sus productos en el extranjero. Según su narrativa, muchos socios comerciales compran muy pocos productos estadounidenses. Un ejemplo citado: la Unión Europea importa menos de 100 mil automóviles fabricados en EE. UU., mientras exporta más de 900 mil a ese país cada año, lo que representa cerca de 50 mil millones de dólares en ingresos para esa región. A esto se suman productos alimenticios y materias primas de la industria química. Se estima que el déficit tarifario comercial de EE. UU. asciende a casi 900 mil millones de dólares anuales, una cifra que Trump busca revertir.
También sostiene que, con esta política arancelaria a escala global, EE. UU. —la mayor economía mundial, basada principalmente en el consumo minorista— podría generar beneficios de hasta 600 mil millones de dólares anuales. No obstante, estas cifras aún no han sido confirmadas oficialmente.
Las reacciones internacionales no se hicieron esperar. Diversos países manifestaron su sorpresa ante estas medidas, que podrían desencadenar desempleo, inflación y una posible recesión global. La Unión Europea, Suiza, Australia y Reino Unido —socios históricos de EE. UU. en materia económica y estratégica— han expresado su desconcierto, recordando que han enfrentado juntos amenazas globales y han fortalecido sus lazos a lo largo del tiempo.
No esperaban un giro tan abrupto en la política comercial estadounidense, y se espera que sus respuestas incluyan medidas de represalia, como lo han advertido desde antes del anuncio.
Por ahora, es prematuro anticipar con precisión los efectos en la economía mundial y en cada país. Sin embargo, expertos proyectan una recesión global hacia 2026, incluyendo a EE. UU., motivada por el alza en aranceles, cuyo costo final será asumido por los consumidores. Esto podría generar un repunte inflacionario similar al de la pandemia, así como un nuevo ciclo de aumento en las tasas de interés por parte de los bancos centrales para frenar dicha inflación.
En el caso específico de México, podría decirse que salió relativamente bien librado de este segundo embate comercial. Habrá que estar atentos a las acciones que tome el gobierno mexicano, especialmente en sectores clave como el automotriz, el del acero y aluminio, y aquellos productos excluidos del T-MEC. Un tema que, sin duda, abordaremos en una próxima entrega.