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El grito que nadie escucha

Erika Sofía Reyes Roblero - Estudiante de Bachillerato   

La trata de personas es una de las violaciones más graves a los derechos humanos en el mundo actual. A menudo oculta tras redes criminales, en América Latina este fenómeno se ve alimentado por la pobreza, la violencia, la corrupción y la falta de oportunidades, lo que crea una herida profunda que atraviesa fronteras y clases sociales y que crece entre la pobreza, el desempleo y la indiferencia.

Este tipo de esclavitud, que consiste en la captación, transporte y explotación sexual de personas a través de la fuerza, el engaño o el abuso de poder, afecta a millones de víctimas en casi todos los países del planeta. Sucede justo en un mundo donde hablar de derechos humanos se ha vuelto cotidiano, pero donde aún existen silencios que gritan verdades incómodas. Uno de esos gritos es el de la trata de personas, un crimen silencioso que convierte a seres humanos en objetos de comercio, en cuerpos sin nombre ni historia.

La trata no comienza con una celda ni con que alguien llegue y te secuestre mientras vas por la calle —aunque sí hay casos así—; empieza mucho antes, con la desigualdad, la falta de oportunidades, con los sueños rotos por nacer en el lugar equivocado.

Son muchas las personas que, buscando una vida mejor, terminan atrapadas en redes que les roban todo: su libertad, su identidad, su dignidad. Y lo peor es que, muchas veces, el mundo no las ve, no las escucha o no las nombra, porque se vuelve muy común tratar el tema con indiferencia.

Mi conocimiento e indagación sobre este tema comenzó al ver “Sound of Freedom” y “La vida breve y precoz de Sabina Rivas”. La existencia humana me parecía asquerosa y me sentía culpable por ser parte de ella; mi coraje me preguntaba cómo era posible hacer daño a tal grado.

La película “La vida breve y precoz de Sabina Rivas” es un ejemplo poderoso de esa realidad que atraviesan las víctimas de trata. No porque cuente una historia específica, sino porque retrata un contexto dolorosamente real. Nos recuerda que detrás de cada víctima hay un rostro, una historia, una infancia, un sueño que alguna vez fue tan legítimo como el de cualquiera. Sabina, como tantas otras personas, representa a quienes han sido invisibilizados por un sistema que permite que el sufrimiento de los vulnerables se vuelva parte del paisaje.

No se necesita ver una película para saber que esto sucede: basta con abrir los ojos, mirar las noticias y escuchar testimonios. Pero el cine tiene esa capacidad de despertar no solo la conciencia, sino también la empatía. En temas como la trata, sentir es tan importante como entender, porque solo cuando algo duele, cuando nos toca el corazón, nace el verdadero deseo de cambiarlo.

Hablar de trata de personas no es solo denunciar un delito. Es hablar de la deuda que tenemos con los más vulnerables; es hablar de justicia, de dignidad, de humanidad. Es rechazar un mundo donde una vida puede tener precio, donde el cuerpo de una niña puede ser vendido, donde la libertad se negocia como mercancía.

Dejé de odiar a la humanidad tras ver “Sound of Freedom”, que habla de un agente de Estados Unidos que descubrió que muchas veces las leyes y los límites jurisdiccionales impedían actuar con rapidez para rescatar a niños en peligro, especialmente en el extranjero. La frustración hizo que en 2013 fundara la organización Operation Underground Railroad, una ONG dedicada a rescatar niños víctimas de trata y explotación sexual a nivel internacional. Esta organización realiza operativos de rescate en colaboración con gobiernos locales y fuerzas de seguridad en distintos países de América Latina, Asia y África.

Aunque no es en todo el mundo, sí existen personas conscientes de tal atrocidad que actúan para detenerla, destapando estas redes manejadas por personas poderosas, lo que a veces termina con su muerte o con persecución judicial. Algo similar vivió Lydia Cacho con su libro “Los demonios del edén”, donde expone cómo funcionaba una red de trata y abuso sexual infantil encabezada por el empresario Jean Succar Kuri, con protección de altos funcionarios como Kamel Nacif.

Lydia, periodista, se atrevió a indagar profundamente en el tema. A través de testimonios de víctimas, documentos oficiales, grabaciones e investigaciones serias, reveló cómo la corrupción, la impunidad y el poder político y económico permitieron que estas redes operaran durante años sin consecuencias. Tras la publicación del libro, fue detenida arbitrariamente, amenazada y perseguida, lo que generó indignación nacional e internacional. Su caso llegó hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación y se convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad de expresión y la protección a periodistas en México.

La trata es una realidad que no solo debe indignarnos: debe movernos. Movernos a exigir políticas efectivas, educación con perspectiva de derechos y, sobre todo, humanidad. Porque mientras una sola persona sea esclavizada, ninguno de nosotros puede sentirse verdaderamente libre.

Los padres y madres viven con el miedo constante de que un día sus hijos desaparezcan, convirtiéndose también en víctimas de esta corrupción donde nadie mete las manos para hacer lo imposible por buscar a todos esos niños y niñas.

En cada víctima de trata hay una historia que merecía ser distinta. Y aunque no podamos cambiar su pasado, sí podemos construir un presente que no permita que se repita. Que las Sabinas, que cualquier niño o niña del mundo, no terminen olvidados ni convertidos en estadísticas, sino protegidos, escuchados y vivos. Y, sobre todo, que sean libres.

Hablar de la trata de personas es hablar del dolor que no siempre se ve, del llanto que nadie escucha y de vidas que se apagan en silencio. No son solo historias trágicas o noticias lejanas: son realidades que siguen ocurriendo todos los días, muchas veces frente a una sociedad que ha aprendido a mirar hacia otro lado.

Detrás de cada víctima hay una niña con sueños, un niño con ilusiones, una mujer con ganas de vivir en libertad. Y aunque no podamos cambiar todo lo que ya pasó, sí podemos decidir no seguir siendo parte del silencio. La trata no terminará solo con leyes, sino con empatía, con valor, con corazones dispuestos a defender lo que es justo.

Que este tema no sea solo parte de un ensayo, sino un recordatorio de que no podemos permitir que se compren y vendan vidas como si no valieran nada. Cada persona merece vivir libre, sin miedo, sin cadenas… con dignidad.

Comunicación Sistema UNIVA

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