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Danna Gabriela Velásco Álvarez - Estudiante de Bachillerato

En la actualidad, hablar del “cuerpo perfecto” se ha vuelto casi una obligación social. En revistas, redes sociales, películas y anuncios, se nos muestra un modelo de belleza idealizado que promete felicidad, éxito y aceptación. Sin embargo, detrás de esa imagen aparente se esconde una profunda presión, especialmente hacia los adolescentes, quienes se encuentran en una etapa de búsqueda de identidad y valoración personal.

El cuerpo, más que un simple conjunto de rasgos físicos se ha convertido en un símbolo de estatus, de pertenencia y de autoaceptación. Pero ¿qué significa realmente tener un cuerpo perfecto? ¿Existe en verdad esa perfección? En este ensayo reflexionaré sobre cómo los adolescentes viven bajo la constante comparación, la influencia de los medios de comunicación, y cómo esa búsqueda de perfección puede transformarse en un camino de autodescubrimiento o, por el contrario, en una fuente de dolor y frustración.

Durante la adolescencia, el cuerpo experimenta una serie de cambios naturales: crecimiento, desarrollo hormonal, aparición de nuevas formas y características físicas. Este proceso, aunque biológicamente normal, muchas veces genera inseguridad. Los adolescentes comienzan a observar su reflejo con una mirada crítica, influenciados por los modelos que ven a su alrededor. Las redes sociales, especialmente plataformas como Instagram, TikTok o Snapchat, presentan una galería infinita de cuerpos “ideales”: piel perfecta, abdomen marcado, cabello impecable, sonrisas blancas y posturas calculadas.

Lo preocupante es que esas imágenes rara vez representan la realidad. Son el resultado de filtros, retoques digitales y una selección cuidadosa de momentos. Sin embargo, el adolescente, en su necesidad de pertenecer y ser aceptado, compara su cuerpo real con esas versiones editadas de la perfección. Y ahí comienza el conflicto interno: la sensación de no ser suficiente.

Muchos jóvenes empiezan a asociar su valor personal con su apariencia física. Creen que solo serán queridos o admirados si alcanzan cierto peso, una talla específica o un tipo de cuerpo determinado. Esto ha llevado a un aumento preocupante de trastornos alimenticios, ansiedad y depresión. La autoestima se ve amenazada, y el espejo se convierte en un enemigo silencioso.

Por otro lado, la presión no solo afecta a las mujeres, como tradicionalmente se ha pensado. Los adolescentes varones también enfrentan estereotipos de fuerza, músculos y virilidad. Se les enseña que deben tener un cuerpo atlético para ser atractivos o respetados, lo que genera la misma inseguridad y frustración.

Detrás de todo este fenómeno existe un sistema que se alimenta de la inconformidad. La industria de la moda, la belleza y el fitness gana millones gracias al descontento con el cuerpo propio. Cremas, dietas, suplementos, cirugías y rutinas “milagrosas” prometen alcanzar el cuerpo perfecto en poco tiempo. Pero esa búsqueda constante es una trampa: cuanto más cerca se cree estar de la perfección, más lejos se siente uno de la verdadera aceptación.

No obstante, en medio de esta tormenta de imágenes y expectativas, también ha surgido una corriente positiva: el movimiento del amor propio y la aceptación corporal. Cada vez más jóvenes se atreven a mostrarse tal como son, con estrías, acné, cicatrices o sobrepeso, y reivindican la belleza en la diversidad. Las redes, aunque a veces dañinas, también pueden ser un espacio de resistencia y expresión.

Aceptar el cuerpo propio no significa conformarse, sino entender que la belleza no está en la simetría ni en la talla, sino en la autenticidad. El cuerpo es una historia viva: lleva marcas de experiencias, emociones y crecimiento. Aprender a mirarse con empatía es un acto de madurez emocional, y quizás el primer paso hacia un verdadero bienestar.

Hablar del cuerpo perfecto también implica hablar de identidad y de autoestima. Durante la adolescencia, la opinión de los demás parece tener más peso que la propia. Los “me gusta”, los comentarios o las comparaciones pueden afectar profundamente la manera en que un joven se percibe. Muchos llegan a creer que deben cambiar para ser aceptados, sin entender que la verdadera aceptación comienza dentro de uno mismo.

Es necesario recordar que la perfección física nunca ha sido sinónimo de felicidad. Hay personas con el “cuerpo ideal” que viven llenas de inseguridades, y otras que, sin cumplir con esos estándares, irradian confianza y tranquilidad. La clave está en comprender que el cuerpo no define el valor humano.

También es importante que los adultos —padres, docentes, medios de comunicación y líderes de opinión— comprendan la fragilidad emocional que existe en esta etapa. En lugar de juzgar o comparar, deberían fomentar conversaciones abiertas sobre la salud mental, el autocuidado y la diversidad corporal. Mostrar ejemplos reales de cuerpos distintos, de vidas auténticas, puede ayudar a los jóvenes a entender que todos somos diferentes y que esa diferencia es precisamente lo que nos hace valiosos.

El “cuerpo perfecto” ha sido una idea vendida y reforzada por décadas, pero también es una idea que puede desmontarse. Si los adolescentes logran entender que su cuerpo es un aliado y no un enemigo, podrán recuperar la libertad de disfrutarlo sin miedo ni culpa. Comer sin remordimiento, vestirse sin compararse, mirar el espejo sin miedo… eso sí debería considerarse una forma de perfección.

El cuerpo perfecto no existe, y quizá nunca existirá, porque cada cuerpo es diferente, y cada diferencia es una forma única de perfección. Los adolescentes deben entender que su valor no se mide en centímetros, kilos o likes, sino en la capacidad de aceptarse y respetarse a sí mismos.

Es necesario educar en la empatía, la diversidad y la autoestima. Las escuelas, las familias y los medios de comunicación tienen un papel fundamental en cambiar el discurso de la belleza: pasar del “cuerpo ideal” al “cuerpo real”. La sociedad debe dejar de imponer moldes y aprender a celebrar la individualidad.

El verdadero reto no está en transformar el cuerpo, sino la forma en que lo miramos. Cuando los adolescentes comprendan que no necesitan parecerse a nadie para sentirse valiosos, la idea del cuerpo perfecto dejará de tener poder sobre ellos.

El cuerpo perfecto no se mide con una cinta ni con una cámara; se mide con el amor propio, con la paz interior y con la capacidad de reconocer que somos mucho más que una apariencia. El cuerpo cambia, envejece, se transforma, pero la esencia permanece. Y cuando los jóvenes logren amar esa esencia, habrán descubierto la más auténtica de todas las perfecciones: ser ellos mismos.

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