
René Alvarado · Estudiante del cuarto año licenciatura en teología UNIVA-Online
Parte 3: Reconciliando ciencia y espiritualidad en la vida moderna
Si bien es cierto que debe y es saludable la separación de Estado-Iglesia, también es cierto que la Iglesia debe ser parte primordial dentro de la sociedad, porque tanto la ciencia como la fe van tomadas de la mano. Hoy día nos han quitado a ese ser superior en las escuelas y en los centros de gobiernos es un “pecado” hablar de la existencia de Dios.
Escuchaba el otro día sobre la nueva moneda de un dólar americano, a la que le quitaron (dicen que fue por error), “En Dios confiamos” pues Dios no “existe” en medio de una sociedad que se pierde en su propio excremento. Se han llegado hasta las cortes superiores casos en los que los “grandes científicos” (muchos de ellos seculares ateos), pelean por quitar de nuestras mentes y sobre todo de nuestros corazones lo que ellos llaman una pérdida de tiempo el buscar de Dios cuando a él no lo podemos ver, en cambio, nos dicen, la ciencia es algo palpable, a la que podemos agregar o quitar de acuerdo con lo que se va descubriendo en ella.
Es que para la ciencia su santo es: Santo Tomás pues “hasta no ver, no creer”, mientras que para el resto de los creyentes es al revés: “Creer sin ver, para obtener.” Para el científico, especialmente para el ateo, su vida es la búsqueda del momento exacto en el que la vida empezó sin creer que alguien lo haya creado.
Los especialistas en antropología siguen intentando hallar esa pieza clave, el famoso “eslabón perdido”, que les permita probar que la humanidad proviene del mono y que nuestra existencia comenzó en las alturas de los árboles. Sin embargo, por más esfuerzos que realicen, jamás encontrarán pruebas de algo que nunca ha existido.
Si bien es cierto que el hombre ha ido evolucionando con el tiempo, de acuerdo con sus capacidades y necesidades de su medio ambiente; también es cierto que nunca fue el ideal de Dios, crearnos sin la posibilidad de pensamiento propio, dándole la capacidad al hombre -y la mujer- de descubrir por sí mismo sus dones y carismas con los que afrontaría sus diarias
realidades sin quitar su intelecto racional desde que fue puesto sobre la tierra. Por ende, su transformación de seres primitivos tallando grafito en las cuevas, a seres que por sus propias experiencias los llevaron a madurar y a descubrir que E=mc2.
Es triste pensar que esa misma capacidad de pensar por sí mismo, ha llevado al hombre a alejarse de Dios, a quitarle el crédito a ese Ser que con su gran poder y majestad se tomó el tiempo e inteligentemente creó la tierra, el universo y todo lo que existe sobre el mismo y aunque dentro de todo el universo existen otros 150 billones de galaxias y quien quita que exista vida en alguno de sus planetas, debemos de reconocer que las condiciones que tenemos aquí en la tierra son únicas para soportar vida como la conocemos y que no fue pura casualidad o cosas del destino o consecuencias de una gran explosión que estemos en el lugar correcto, es que alguien nos puso aquí; alguien tuvo que haber creado para poder existir.
Le pregunto a los grandes científicos que nos den una clara explicación sobre esa gran masa que estuvo sin explotar por miles de millones de años: ¿Qué era? «¿Qué tan grande era para crear lo que hoy conocemos?», (“Creación inteligente o evolución de Darwin – El Poder de Dios”1) ¿De dónde vino y cómo fue creada y por quién? Porque alguien tuvo que haberla creado. No pudo solamente haber estado allí como una gran bola de roca, sin motivo y sin vida.
En la siguiente parte de esta serie, exploraremos cómo la Iglesia nos enseña como la ciencia y la fe van de la mano y como ambas deben de ser parte primordial para comprender el hecho de nuestra existencia.