
Jimena Velázquez · Cofundadora de Mat Crianza A.C., asociación para la maternidad, crianza y neurodiversidad
Seguramente a ti como a mí te ha pasado que la opinión no solicitada y el comentario pasivo-agresivo se hizo presente en un momento en el que, de por sí, ya te estabas cuestionando tu propia habilidad de ser mamá.
Me recuerdo embarazada, con toda una lista de planes, proyectos e ideas de cómo quería criar a mi bebé; pensando que (por arte de magia), la gente que me rodeaba aceptaría esas ideas y límites míos sin más y que, por supuesto, la convivencia y esa nueva etapa en mi vida sería fácil, ¿te pasó?
Cuando llega el nacimiento de tu bebé, te vas a casa y durante los primeros días (e incluso semanas) de vida, te tratas de adaptar a esta nueva realidad. A vivir compartiendo el espacio con un nuevo bebé que, no solamente es un bebé precioso calientito y pachoncito con mejillas rosadas; sino que también es un bebé que necesita toda tu atención.
Ese bebé que pide que estés al pendiente, que hasta revisas si respira, que le des de comer a todas horas, que necesita que lo arropes, que necesita que le ayudes a establecer rutinas, a entender y a conocer este nuevo mundo en el que está y te encuentras en ese proceso en el que los días y las noches de pronto se mezclan y no sabes ni que día es hoy. Cuando de repente “chan, chan, chaaaaan…” empiezan a entrar llamadas a tu casa o a tu celular los primeros mensajes de “¿Podemos ir a visitarte para conocer a tu bebé?”
Claro, seguro tú como yo, respondiste muy “polite”: “¿Qué tal si nos ponemos de acuerdo para la próxima semana o en unas dos semanas? a que esté el bebé más tranquilo y me sienta más calmada” (diría mi mamá: ¡ilusa!) pues de repente y de sorpresa te llega alguien de visita; alguien, que muy listo se puso de acuerdo con tu esposo… y para no “sonar mamón” pues él ¡Le dijo que sí! Entonces toca recibir visitas (incómodas) en un momento donde la mayoría de las personas en realidad no queremos a nadie cerca.
Y no, no es por ser sangrona, sino que nuestra naturaleza y nuestra propia condición animal, mamífera y esos vestigios de cerebro “reptiliano” toma un poco (o mucho) posesión de nuestro córtex, y entonces comienza a realizar actividades, cuyo objetivo es mantener a ese bebé sano y salvo (preservar la especie, digamos).
Desafortunadamente, las personas a veces no logran entender esta experiencia de aterrizar al mundo de la maternidad, a menos claro, que ya hayan estado en esta misma situación, y entiendan que la mamá literalmente le dice a su bebé “Mi precioso” (como en la película El Señor de los Anillos) y hasta con las pupilas dilatadas y sí, por qué no, con un poco de locura a ese nuevo bebé.
Y es que, aunque los “contratos sociales” dicen que debemos ser amables, la realidad es que una mujer, madre, mamífera, no tiene por qué andar prestando a su bebé a la “visita incómoda” que llegó sin avisar. Su única preocupación debería ser vincularse con su bebé y nada más; olerlo, sentirlo, hasta comérselo a besos, porque solo eso basta para que todo se “acomode” después del parto.
Ya habrá tiempo después de que vengan las visitas, o no, pero no cuando lo que quiero hacer es andar en calzones en mi sala y sin brasier porque los pechos me duelen porque ya me bajó la leche.
Al final del día, sólo deseo que a ti no te pase como a muchas, que se ven forzadas a vestirse decentes para recibir visitas y acaban hasta ofreciéndole a los indeseables un vasito de agua, para no quedar mal. Que tu círculo cercano esté formado de personas conscientes, que no lleguen sin avisar.
Y si no eres mamá y estás del otro lado, acuérdate, prohibido tocar al bebé de cualquier nueva mamá, llegar sin avisar y demás. Dejemos a esos bebés pachoncitos y con mejillas rosadas vincularse a su mamá.