
Mariana Guadalupe Rodríguez Vera · Estudiante de Licenciatura, UNIVA Guadalajara
El amor romántico, tal como lo entendemos hoy, se ha convertido en un campo de batalla donde las expectativas, muchas veces alimentadas por la cultura popular, colisionan con los sucesos reales de las relaciones humanas. En este contexto, me he preguntado si debemos abandonar el ideal de una relación monógama a largo plazo o si, por el contrario, debemos redefinir nuestras expectativas y lo que significa amar hoy.
Desde el siglo XIX, los escritores popularizaron el héroe romántico como un hombre que combina sensibilidad, honor y pasión; y en las últimas décadas se ha culpado a las comedias románticas y a la literatura de ensueño por moldear expectativas irreales en torno al amor. Las historias de amor a las que estamos expuestos (Casablanca, Titanic, Diario de una pasión, La La Land, 10 cosas que odio de ti) presentan una narrativa donde el hombre lo deja todo por la mujer, donde las declaraciones de amor son grandilocuentes y eternas, y donde la relación parece desafiar cualquier adversidad. Pero ¿qué sucede cuando la vida real no se ajusta a este guion? Lo que antes parecía amor eterno se disuelve cuando las promesas exageradas chocan con la rutina diaria y las inevitables imperfecciones del ser humano.
Es interesante observar cómo, a pesar de que la narrativa romántica ha sido dominada por hombres —ya sea en el cine, la literatura o la música—, son ellos quienes parecen distanciarse más de este ideal en el día a día. El hombre que en las películas grita su amor a los cuatro vientos, en la vida cotidiana puede sentir vergüenza de declarar sus sentimientos con la misma intensidad. Aquí radica la contradicción: el mismo género que ha esculpido los ideales del amor romántico a lo largo de los siglos, parece no estar dispuesto a vivir de acuerdo con ellos.
Se ha dicho que el problema central con el amor romántico son las expectativas desmesuradas, las cuales, cuando no se cumplen, llevan inevitablemente a la decepción y conducen a frustrarse. Sin embargo, quizás el problema no radique tanto en las expectativas en sí mismas, sino en nuestra falta de habilidad para cultivar una relación realista y profunda una vez que la fase inicial de enamoramiento ha pasado. En lugar de ver el amor como una serie de promesas inquebrantables, ¿no deberíamos enfocarnos en desarrollar las habilidades y la comunicación necesarias para mantener una relación a largo plazo? De esta forma, podríamos encontrar un equilibrio entre el ideal romántico y las complejidades de la vida moderna.
En este sentido, lo que necesitamos no es abandonar el ideal del amor monógamo y duradero, sino aprender a verlo desde una perspectiva más madura. Un amor que acepta la imperfección, que no teme a ser vulnerable y que encuentra su fuerza en lo auténtico. Después de todo, el verdadero amor no es aquel que promete ser perfecto, sino aquel que se compromete a ser real.