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De temer la sangre a estudiar medicina: cómo enfrenté mi mayor miedo

Dayana Marisol Segoviano Munguía · Estudiante de la Licenciatura en Médico Cirujano

“Me interesa la medicina, pero no sé si realmente pueda soportar ver cosas impactantes.” Eso era lo que pensaba cuando salí de la preparatoria. Me acorralaban mil dudas, temores y comentarios de gente que parecía tener como único objetivo desmotivarme de cualquier opción de carrera que tuviera en mente.

Y sí, tenía muchas otras opciones que me interesaban: comunicación, publicidad, música, agronomía, veterinaria, nutrición… y por supuesto, medicina también formaba parte de esa enorme lista de posibilidades. Lo sabía cuando el área de salud en las librerías capturaba mi atención más de lo normal, aunque yo misma me lo negaba al recordar que no era capaz ni de escuchar una plática sobre enfermedades feas, mucho menos de ver una escena quirúrgica o, peor aún, presenciar cómo aplicaban una inyección sin marearme.

Muchos me decían: “Sigue a tu corazón, haz lo que te diga.” Pero yo no podía escucharlo, porque noche tras noche vivía una crisis existencial, llorando por mis miedos personales, que nublaban mi visión hacia lo que realmente quería. Incluso había quienes me aseguraban: “No, medicina no es para ti si te pasa todo eso.”

Mi nombre es Dayana Segoviano, y hoy en día me encuentro cursando el segundo año de esta bonita carrera que es la medicina, en la Universidad del Valle de Atemajac. Ojalá pudiera regresar en el tiempo y decirle a mi yo de hace dos años que dejara de preocuparse tanto por decidir su futuro, que todo va bien y que esos miedos han quedado atrás. Pero como no se puede, te lo digo a ti, lector. Si también estás pasando por esa etapa de incertidumbre, y los miedos no te dejan decidir si esta carrera es para ti, déjame decirte algo: los miedos sí se vencen.

Irónicamente, ahora me gusta sacar sangre. Ya no me impresionan los procedimientos quirúrgicos, y mucho menos las agujas. Claro, deshacerse del miedo no es fácil. Requiere tiempo, paciencia y, en este caso, el deseo profundo de convertirte en médico.

Te comparto una experiencia. Quise poner a prueba mi resistencia asistiendo a una cirugía de tiroides, gracias a la invitación de un doctor muy amable que sabía de mis miedos, pero también de mis dudas vocacionales. Me dije a mí misma que no me desmayaría. Sí, suena loco e imposible, pero estaba convencida de que la mente es poderosa, y que debía resistir por respeto a los cirujanos que trabajaban en ese momento para preservar la salud de una persona. No quería ser yo la complicación, tirada en el suelo, porque no había soportado.

Y sí, cuando vi la sangre brotar del cuello de la señora, combinado con el olor a carne asada, empecé a sentir que no podía seguir de pie. Así que observé el resto de la

operación sentada, mientras rezaba con todo mi corazón para que Dios me diera fuerzas —a mí y a la paciente—. Y vaya que me escuchó. Todo salió perfecto. Los doctores hicieron un gran trabajo, pero, sobre todo, yo sentí que había dado un gran paso. Lo había visto todo. Había presenciado una cirugía completa, venciendo el mareo con mucho esfuerzo. Pensé que tal vez, con el tiempo, me iría acostumbrando, y me sentí profundamente agradecida con ese doctor que me permitió ver una parte de su labor tan noble.

A veces, la vida te pone en el camino a ciertas personas y situaciones por una razón. Finalmente, decidí dar ese gran salto, haciendo caso omiso a las voces internas que me decían todo lo negativo que me esperaba si elegía esta carrera. Me animé, porque cuando no intentamos algo, siempre queda la pregunta: ¿qué habría pasado si…?

Todo es poco a poco. Y si al final de la carrera decides que no quieres dedicarte a la cirugía, como probablemente yo tampoco lo haga, es completamente válido. Lo importante es atreverse a vencer el miedo. Siempre, los cambios traen cosas buenas. Especialmente cuando recordamos que los pacientes son personas como tú o como yo, y verlos con amor hace que desaparezca el temor.

Cada semestre nos prepara para cosas más avanzadas: desde algo sencillo como tomar una muestra de sangre, hasta participar, algún día, en una cirugía mayor. Asustarse al principio es natural; somos humanos, y pasa. Pero también es cierto que se hablan más de las cosas feas de la medicina que de las cosas maravillosas que podemos vivir.

Recientemente, tuve la fortuna —y me siento nuevamente muy agradecida— de ser invitada a una cesárea. Me permitieron cortar el cordón umbilical de la bebé y estar como instrumentista durante la cirugía. Fue increíble. Una experiencia profundamente emocionante. Para nada me mareé o me impacté, como solía temer. Al contrario: ese momento me hizo valorar lo maravilloso que es el cuerpo humano y la vida misma.

Y sí, soy consciente de que no todo será color de rosa en esta carrera. No lo ha sido. Hay retos, momentos difíciles, obstáculos. Pero también sé que me esperan muchas historias por vivir y por contar, en esta profesión donde cada día es distinto.

Así que, si tú también te preguntas: “¿Puedo estudiar medicina si tengo miedo a la sangre o las operaciones?”, si sientes atracción por la carrera, si te gusta aprender, si te interesan los retos, pero dudas de tu vocación, mi respuesta es: ¡sí, estudia medicina!

No nacemos con una única vocación inamovible. Venimos a este mundo a explorar, a aprender, incluso de nuestros propios miedos. Si alguien te dice que no tienes la vocación: créala tú mismo. Solo necesitas una pizca de curiosidad y el deseo sincero de convertirte en ese médico que tus abuelitos o tu familia desearían encontrar.

El miedo te dirá que no puedes, que no lo intentes. Pero tú demuéstrale que eres más fuerte. Y sigue adelante.

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