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Del Habemus Papam en el 2013 a la Sede Vacante en el 2025

Mtro. Óscar Jiménez Mayorga • Coordinador Académico de Posgrados CEA

Han pasado ya doce años desde que, en el balcón central de la Basílica de San Pedro, el entonces protodiácono Jean-Louis Tauran anunciara a la cristiandad y al mundo que el timón de la barca de San Pedro sería asumido por el cardenal Jorge Mario Bergoglio: un religioso jesuita traído desde el Continente Americano, como él mismo lo expresó, «desde el fin del mundo» para ser obispo de Roma y pastor universal.

Su elección fue sorpresiva para muchos; sin embargo, en el cónclave anterior —en el que resultó electo quien sería el papa Benedicto XVI—, ya se le consideraba uno de los candidatos más fuertes y sonados dentro del Colegio Cardenalicio para dirigir a la Iglesia Católica.

Aún más llamativo fue el nombre elegido por el cardenal Bergoglio como pontífice: Francisco; uno que ninguno de sus 265 predecesores había tomado, y que marcaría profundamente el rumbo de su pontificado.

El cardenal Jorge Mario Bergoglio era un hombre sencillo, habituado a una vida sin ostentaciones, una persona común que viajaba en autobús a su oficina, compraba su periódico en el puesto más cercano, tomaba mate (como buen sudamericano) o una cerveza, y seguía de cerca los partidos de su equipo azulgrana, el San Lorenzo de Almagro.

Hijo de Mario Bergoglio y María Regina Sívori, primogénito de un matrimonio del que también nacieron Alberto Horacio, Óscar Adrián, Marta Regina y María Elena. Sus padres, inmigrantes originarios del Piamonte italiano, se asentaron en Buenos Aires: Mario, contador de profesión, trabajó para el ferrocarril, mientras que María Regina se dedicó a las labores del hogar y a la educación de sus cinco hijos.

Jorge Mario nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires. Con el paso de los años, se diplomó como técnico químico, aunque su verdadera vocación lo llevaría a ingresar en la Compañía de Jesús, optando por el camino del sacerdocio.

Su capacidad de liderazgo lo llevó a ser nombrado, en 1973, superior de los jesuitas en Argentina, con apenas 36 años. Durante esa etapa enfrentó valientemente a la junta militar represiva que se hizo del poder en el país andino, responsable de la desaparición de al menos 30,000 personas. Aunque algunas voces lo acusaron —incluso hasta su elección papal— de haber colaborado con dicho régimen, su trayectoria pastoral siempre estuvo marcada por la defensa de los más vulnerables.

Su labor como sacerdote, luego como obispo auxiliar de Buenos Aires y posteriormente como Primado de Argentina, giró en torno a la cercanía con los pobres y las periferias sociales.

En 2013, al ser elegido como el sucesor número 266 de San Pedro, tomó el nombre del santo de Asís —el pobrecillo que, en los siglos XII y XIII, vivió como humilde servidor del romano

pontífice y hermano de todas las criaturas de Dios— y continuó trabajando bajo el mismo espíritu, ahora a nivel mundial.

Desde el primer momento, al presentarse en el balcón central de San Pedro, sorprendió al solicitar al pueblo congregado en la Plaza, y al mundo entero, que rezaran por él y su nueva misión.

Durante estos doce años al frente de la Iglesia Católica, Francisco estableció las prioridades de su pontificado: la atención a los migrantes, el cuidado del medio ambiente, constantes llamados a la construcción de la paz en la «casa común» y una incansable lucha por reformar estructuras internas, resistidas en varias diócesis. Entre estas reformas destacó su empeño por atender a las víctimas de abusos cometidos por clérigos y religiosos.

En marzo de 2025, tras enfrentar durante cerca de cinco semanas problemas respiratorios y ser internado en el Policlínico Gemelli, Francisco fue dado de alta para convalecer en su apartamento de Santa Marta, donde había elegido vivir en lugar de los tradicionales apartamentos papales.

Hizo breves apariciones al cierre de la Cuaresma y otorgó su última bendición Urbi et Orbi el Domingo de Resurrección. Para las primeras horas del 21 de abril, falleció Su Santidad el papa Francisco, víctima de un ictus cerebral y colapso cardiovascular irreversible. Dejó tras de sí un legado profundo dentro de la Iglesia y un gran desafío para quien haya de sucederle.

¡Gracias a Dios por un Pontífice como Francisco! Bien pudo haberlo recibido el Señor con un: “¡Buen trabajo, Jorge Mario, bienvenido a la casa de mi Padre!”

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