
María Cristina González Martínez · Egresada en Filosofía
Recientemente leí una excelente novela del premio Nobel de literatura 2023 Jon Fosse, el título es “Trilogía”, un estilo desconocido para mí, muy interesante.
Fosse es noruego y considerado uno de los autores de teatro más representados de la actualidad. Algunos críticos de arte le han llegado a comparar con Franz Kafka, a quien admiro, sin embargo, no es su estilo en sí mismo lo que llamó mi atención, que repito, resulta muy interesante.
Lo que sucedió es que, al mismo tiempo, a raíz de mi participación en un grupo de Filosofía de la vida a través de la obra de Fiódor Dostoyevski, releí Los hermanos Karamazov. Resultó una experiencia por demás singular.
Los personajes de Dostoyevski viven con intensidad, con propósito, expresan sus sentimientos, sus anhelos, sus aciertos y sus errores, están vivos, se deleita uno con discursos como el del Gran Inquisidor, sabe uno lo que sucedió, cuál fue la causa y cuál el final bueno o malo que haya sido.
Hay personajes modelo de virtud y de vicio, capaces de reír, de llorar, de montar en cólera, de mentir, de ser arduos defensores de la verdad, del amor, saben amar, con una religiosidad a flor de piel, sean o no cristianos comprometidos, unos respetuosos de su fe, otros irreverentes, pero todos creen en Dios, su vida tiene un sentido, son personajes adorablemente vivos.
En Trilogía, al igual que en la pintura impresionista las pinceladas reflejan una realidad semi-etérea, sin lugar a dudas bella, pero imprecisa, si la observa uno de cerca son pinceladas, de un rostro, de una flor, de una Noche Estrellada de Van Gogh o unos Nenúfares de Monet, es preciso mantenerse a distancia para poderla observar y captar su mensaje.
Los personajes de Fosse son así, impresiones de vida, impresiones de sentimientos, impresiones de una existencia sin un proyecto, sin un sentido, son historias de fantasmas, semi-etéreos, no puede detectarse ni virtud, ni pecado, puesto que son fruto de la supervivencia, de la existencia sin peso, me llevaron a la reflexión de una sociedad sin raíces, que ha desechado la religión y la historia, que vive en el aquí y en el ahora, flotando en un mundo global.
Muy, muy recomendables ambas novelas, sin dejar de disfrutar la lectura de las dos, me atrevo a parafrasear el título del artículo de Germán Rodríguez, habrá que hacer Una defensa de los clásicos.