
Dr. Fabián Acosta Rico · Docente Investigador, UNIVA Guadalajara
En una película de superhéroes, el protagonista Deadpool insiste en compararse con Jesús, considerándose una especie de mesías o redentor de la franquicia Marvel. Esta irreverencia suscitó el enojo de algunos jóvenes cristianos pertenecientes a la generación alfa, conocidos como «puriteens», quienes pidieron a los creyentes que no fueran a ver la película. Aunque pocos los secundaron, lograron hacerse escuchar.
Por otro lado, un comercial de frituras italianas que presentaba papas como hostias en una misa conventual provocó la reacción de católicos, quienes reclamaron por el sacrilegio publicitario.
De repente, cristianos de diversas denominaciones, con presencia y voz en Internet, han comenzado a mostrar firmeza en defensa de su fe. Poco les importa ser tildados de fanáticos; lo principal para ellos es la congruencia. Consideran que los símbolos religiosos merecen respeto. Si otros grupos se ofenden y cancelan, ¿por qué los seguidores de Cristo no podrían hacer lo mismo? Así funcionan las reglas del juego en el mundo de las redes sociales: criticar y ser criticado, descalificar y ser descalificado. Esta es la dinámica de quienes opinan desde un teclado o una cámara de celular.
Ahora, el nuevo objetivo de los internautas cristianos es la Coca-Cola, el refresco más vendido del planeta, que nos deleita con su alta fructosa, toque de cafeína y quién sabe con qué otros químicos secretos. Esta transnacional fue objeto de boicots inicialmente por progresistas que apoyan a pueblos marginados, acusándola de respaldar a Israel en su escalada militar sobre Gaza. Consumidores del sur de Asia y Turquía decidieron boicotear la marca junto con otras como McDonald’s y Starbucks.
Un segundo boicot golpeó a Coca-Cola por una campaña publicitaria polémica. Esta compañía, que en el siglo pasado se apropió de símbolos navideños anglosajones y promovió mensajes de inclusión con jóvenes multirraciales, esta vez desairó a los cristianos. Las máquinas dispensadoras de latas personalizadas permitían grabar nombres como Buda o Alá: «Buda te ama», «Alá te ama». Sin embargo, cuando se intentaba poner «Jesús te ama», la opción era bloqueada, lo que ofendió a conservadores en Estados Unidos, quienes convocaron rápidamente a un boicot.
Este «error» fue inicialmente compartido por Antwoine Hill en Facebook y se viralizó en cuentas conservadoras como «Libs of TikTok». Muchos intentaron comprobarlo por sí mismos, probando con otros nombres, incluidos «Satanás», sin problema alguno. Pero cuando intentaban con «Jesús te ama», la máquina mostraba un mensaje de advertencia.
La compañía aclaró que el nombre «Jesús» era aceptado solo si se añadía un apellido, como «Jesús Pérez», pero «Jesús de Nazaret» seguía bloqueado. Esta decisión levantó interrogantes: ¿por qué vetar mensajes cristianos? Pese a la aclaración de la empresa, el silencio alimentó rumores y teorías conspirativas. En una sociedad tan conectada como la nuestra, las omisiones son peligrosas.
No solo el nombre de Jesús estaba bloqueado; también lo estaban nombres de figuras políticas como Donald Trump, Barack Obama y Kamala Harris, aunque no los de celebridades como Elon Musk.
Hill se mostró sorprendido por la magnitud de la reacción ante su video, señalando que los verdaderos problemas, como la criminalidad o la falta de vivienda, quedaban opacados por esta controversia publicitaria. «Para mí, esto no es tan grave como esos problemas», comentó Hill, «pero no apoyaré a una empresa que no respete a Jesús».
La reflexión de Hill es válida: ¿debería importarnos tanto lo que se imprime en una lata de refresco? La religión pierde solemnidad cuando es trasladada a espacios profanos. En esta era postmoderna, la mercantilización de lo religioso trivializa su esencia, convirtiéndolo en un producto más en el mercado global de creencias.