
Jesús Alejandro Rodríguez Vázquez · Licenciado en Filosofía
Seda no es una obra que te haga acudir al diccionario, a otra bibliografía o que te haga buscar referencias en internet. Aun así, si se quiere saber más sobre el contexto en el que esta historia se desenvuelve les recomiendo el libro de Las Rutas de la Seda, de Peter Frankopan, donde propone que Eurasia ha sido el origen de los grandes relatos que han formado la historia universal. Pues bien, con Alessandro Baricco acudimos a la disolución de esa historia grandilocuente en favor de una historia más hermenéutica, más humana.
Cuando me puse a pensar en esta obra, y también en lo que sentí cuando la leí, me vinieron palabras como contemplación, belleza, fábula o textura; pero las que me quedaron más fueron las palabras de catálisis y reflexión. Seda es una obra catalizadora y es una historia que muestra la catálisis de la literatura, pero al mismo tiempo es una obra que te hace reflexionar. Cataliza, en 128 páginas, los tiempos; tanto el tiempo en que sucede la historia (segunda mitad del siglo XIX), la etapa en la que fue escrita y publicada (última década del siglo XX), así como el momento en el que la lees. Cataliza las culturas, África, Asia, Europa, la cultura de quien la lee y del escritor, sin orden de importancia. Muestra también la catálisis de personajes que viajan, y de quienes no viajan. De quienes son arrojados a nuevas experiencias, de quienes se arrojan a nuevas vivencias y también a los que se quedan arrojados en el mundo. Y después de esas exiguas e inconstantes catálisis, queda la persona reflexiva, pero un tanto melancólica; queda cierta tristeza no desprovista de encanto.
Estamos, pues, siguiendo un poco a Lyotard y gracias a la postmodernidad, ante el ocaso de los grandes relatos. No hay un sentido trascendente, pero eso no significa que hay que expulsar el relato de nuestras vidas. Si la razón acelera y divide, el espíritu desacelera y unifica. Y son estas aceleraciones y desaceleraciones de la literatura, de la narrativa, del relato, las que le dan sentido y referencia a lo que sucede, para que el día a día no sea una mera sucesión de vivencias, una acumulación de información o una competencia de experiencias; pero también para abolir al gran catalizador que es el tiempo.