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¿Vamos con rumbo a una sociedad de ateos y agnósticos? Desinterés de las jóvenes generaciones hacia la religión o cambio de praxis religiosa

By 4 septiembre, 2024septiembre 24th, 2024Líderes de Opinión, Voces UNIVA

Dr. Fabián Acosta Rico · Docente Investigador, UNIVA Guadalajara 

Que la religión es mala y perniciosa es, al menos, la opinión del filósofo francés Michel Onfray, quien lo expone en su obra Tratado de ateología (2005). Muchos intelectuales y grandes pensadores comparten esta visión. Por ejemplo, Sigmund Freud consideraba la religión como una patología de orden colectivo que ha afectado a la humanidad desde tiempos ancestrales. Karl Marx la veía como «el opio del pueblo» y un instrumento del Estado burgués para mantener enajenadas y dóciles a las masas proletarias. Friedrich Nietzsche, por su parte, anunció la muerte de Dios y, con Él, la de las religiones. Desde el siglo XIX, el iluminismo cientificista estimaba que, con el avance de la ciencia y la tecnología, la religión declinaría de manera inversamente proporcional. 

A pesar de estas predicciones, las religiones continúan vigentes, y regiones como Oriente Medio no parecen ceder ante el avance de la cultura moderna. Sin embargo, esta situación no es uniforme en todo el mundo. Las estadísticas, frías e imparciales, parecen dar la razón a quienes pronosticaron, hace ya varias décadas, el ocaso de los dioses. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en una década, el número de personas que reportaron no seguir ninguna religión en México pasó de 5.3 millones en 2010 a 9.5 millones en 2020, según el Censo de Población y Vivienda. Es decir, el número de personas sin adscripción religiosa aumentó un 81.3 %, una cifra mayor que la de cualquier religión. 

La generación Z, o centennials, conformada por personas de entre 15 y 29 años, es la que más abandona o no se adscribe a ninguna fe religiosa: tres de cada diez se consideran descreídos. Les siguen los millennials, o generación Y, cuyas edades van de los 30 a 44 años, con uno de cada cuatro sin afiliación religiosa. 

En cuanto al mapa religioso de México, el estado con más ateos o agnósticos es el Estado de México, con algo más de un millón de personas, es decir, el 11 % de su población. Le sigue la Ciudad de México con un 9.4 %, y luego Chiapas y Baja California, con un 7.1 % cada uno, y finalmente Veracruz con un 6.4 %. 

Otros datos del Censo de Población y Vivienda 2020 muestran que los católicos en México siguen siendo mayoría, representando el 77.7 % de la población total. Los protestantes o cristianos evangélicos les siguen con un 11.2 %. Aquellos que se identifican como profesantes de una religión no cristiana constituyen apenas el 0.2 %, y los creyentes sin religión rondan el 2.5 %. 

Como se observa, la mayoría en México aún se encomienda a una divinidad, ya sea desde una perspectiva teísta, deísta o panteísta, siendo el Dios trinitario del catolicismo el que cuenta con más seguidores. Sin embargo, el número de escépticos, agnósticos y ateos va en aumento, convirtiéndose en un grupo poblacional cada vez más significativo. 

En las naciones desarrolladas, particularmente en Europa, el fenómeno de los templos y las iglesias vacías es ya común. Los habitantes del Viejo Continente están abandonando la religión de sus ancestros de manera masiva en una o dos generaciones. En Estonia, entre el 75 y el 80 % de la población se identifica como no religiosa o atea. En Suecia, el porcentaje ronda entre el 60 y el 70 %; cifras similares se reportan en Dinamarca (60-65 %), Noruega (60 %) y Francia, donde el número de ateos alcanza entre el 40 y el 50 % de la población. En Alemania, el número de incrédulos también es alto, entre el 40 y el 45 %. 

Lo que ya no sorprende es que en Europa las mezquitas sean los templos que no sufren por falta de asistencia; los migrantes de África y Oriente Medio, en su mayoría, no abandonan sus creencias, y no faltan europeos que terminan convirtiéndose a la fe de Mahoma. Pero ese es un tema que abordaremos en otra ocasión. 

Mientras tanto, los jóvenes occidentales, y entre ellos los mexicanos, son cada vez menos religiosos o lo son a su manera. A diferencia de sus abuelos, quienes crecieron en un entorno profundamente influido por lo sagrado —donde el Ángelus se recitaba puntualmente, paralizando las actividades del pueblo o la ciudad; de noche, las señoras rezaban el rosario; y el tiempo mismo estaba santificado por el reloj de la iglesia—, las generaciones actuales han cambiado el atrio del templo por el centro comercial, el gimnasio, el antro o, más recientemente, los espacios virtuales de las redes sociales, los juegos en línea y las plataformas de streaming. 

El Dios del cristianismo ha dejado de estar presente en las vidas de millennials, centennials y alfas, pero no así la religión. El esoterismo, la magia, la brujería e incluso la metafísica siguen circulando en los productos culturales del mercado mundial de la religión, donde hay creencias de todo tipo, desde las de la New Age hasta las ufológicas y las transhumanistas. Tal vez las nuevas creencias que los nativo-digitales profesan con cierta laxitud ya no se consideren de índole religiosa, y por eso, al responder al encuestador, se declaran sin religión o ateos. ¿Quizás para estos jóvenes de la postmodernidad tener fe en Un curso de milagros, la Dianética, El libro de Urantia o las leyes de la atracción universal no cuenta como práctica religiosa? 

No creo que nos espere un futuro de hombres y mujeres descreídos; más bien, pienso que avanzamos hacia una nueva religiosidad, más líquida o postmoderna. 

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